domingo, 11 de diciembre de 2016

Carl Schmitt a Mussolini


SP ha traducido y editado espléndidamente Die Wendung zum diskriminierenden Kriegsbegriff, estudio de 1938. Pietropaoli es también autor de un libro magnífico, entre los mejores, sobre Carl Schmitt en una visión de conjunto. Mi colega defiende sabiamente la continuidad entre las doctrinas de la política y el derecho estatales y las internacionales. Lo que parece natural en Hans Kelsen y Hermann Heller, se empeñan muchos en atribuirlo exclusivamente a razones bastardas cuando se trata de Carl Schmitt.

En un gesto de humor que las ediciones científicas no permiten yo habría incluido en la "Nota al testo di Stefano Pietropaoli" la dedicatoria que Carl Schmitt apunta en la página de respetos del ejemplar que le envía a Mussolini. Una cita de la Germania de Tácito (43.3): Primi in proeliis oculi vincentur. La derrota entra primero por los ojos. No sé si con esto Schmitt profetiza el fracaso de Mussolini o le sugiere que plante cara a los argumentos de la Sociedad de Naciones.

Corina, la esposa de Wener Sombart, cuenta maravillas de Mussolin en las sobremesas en casa de Schmitt. Este hace pie en el político italiano para elaborar su concepto del Estado total y para remachar la distinción que, desde el punto de vista del derecho internacional, existe entre el canal o la vía de comunicación marítima (Seestraßen) y el espacio vital (Lebensraum). En Völkerrechtliche Großraumordung cita Schmit a Mussolini: "Per gli [inglesi] il Mediterraneo è una strada, per noi italiani è la vita".

Carl Schmitt, ateo político

Leo un texto de DGH sobre la conexión mimética y girardiana de Donoso Cortés. En una nota pone mi amigo en duda el catolicismo, se sobrentiende que político, de Carl Schmitt. Tiene toda la razón. El asunto debiera ser cosa juzgada a estas alturas. 

Sin juzgar su conciencia, el catolicismo de Carl Schmitt es discutible. En cierto modo, el jurista de Estado alemán nunca se recupera del violento choque con la "burocracia célibe" que rechaza su Catolicismo romano y forma política, ensayo con el que tal vez aspira a convertirse, como Jacques Maritain y otros en Francia, en un puntal del Renouveau Catholique alemán. De esa época data su divisa, tomada de Arnold Geulincx: Ubi nihil vales, ibi nihil velis

Schmitt es sincero cuando alguna vez dice que no solo se siente católico, sino que es católico como el árbol es verde. Pero también es cierto que si Schmitt ha de elegir entre la Iglesia y el Estado elige siempre el Estado. Así lo hace toda su vida con absoluta naturalidad. Por eso creo yo que encuentra cierto placer en apuntar en sus Diarios la frecuencia con la que Hermann Heller le retrata como "ateo". En el mismo lugar, angustiado por el vituperio que le inflige la perfidia de algunos escritores, subraya que la Frankfurter Zeintung "significativamente" se ha atrevido a encabezar contra él a los "verdaderos cristianos". Incluso Erich Kaufmann ha invocado en su contra la dicotomía entre la fe y la razón de Estado, entre cirstianismo y germanidad (Christentum und Deutschtum). Con todos esos prejuicios se ha despachado también un "literato berlinés especialmente cínico" calificando toda su obra como "schmittismo" (Schmittismus)... Ocurrencia que no está mal para calificar la doctrina de un escritor inclasificable.

Desde que Waldemar Gurian pone en circulación la especie de que Schmitt es un defensor del imperio católico y Maritain lo repite -por ejemplo en Humanisme intégral-, no ha habido forma en ochenta años de levantar esa infamación  -pues infamia debe ser para un politique que le achaquen esa melopea del teólogo político católico-. Me acuerdo de Henri de Montherlant, perseguido también como Schmitt, por tierra, mar y aire, por la Santa Hermandad: tú puedes decir que una cosa es blanca, pero descuida que siempre habrá un idiota o un perverso para jurar que tú dijiste que aquello era negro.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

En la muerte de Heller

La correspondencia de Valencia, autotitulado "Diario de noticias: eco imparcial de la opinión y de la prensa" publica en su edición del día 7 de noviembre de 1933 el obituario de Hermann Heller.

Haciendo honor a su nombre, los redactores de este diario vespertino reproducen con mucha fantasía el eco de su entierro, sin perder el contacto con la realidad: con las fórmulas de alquiler de los anuncios por palabras se atestigua que la inhumación se ha verificado por la mañana. Madrid patentiza una gran manifestación de duelo por la muerte del "decidido hispanista", reverberación tal vez en la linotipia valenciana del genuino decisionismo de Heller.

Dos horas antes de morir (Heller y Dios)

Hermann Heller en 1933
A mi amigo SRC de viaje en Buenos Aires

Hace apenas tres semanas cumplió el LXXXIII aniversario de la muerte de Hermann Heller. Le mueren unos el 4 de noviembre de 1933, por ejemplo el señor Herwig Stiegler en el tomo cuarto de los Juristas universales de Rafael Domingo; otros el 5, como Eustaquio Galán; la prensa de Madrid, de la que no me fío tanto como de la memoria de Galán, el día 6 de noviembre. En primera plana publica El Sol del día 7 una necrológica en la que con el lenguaje taurino de la autoridad gubernativa se comunica que que el entierro "se verificará" a las once de la mañana, partiendo el cortejo fúnebre desde el domicilio del profesor Heller, Claudio Coello, número 128. El redactor presenta sus respetos a su familia (a la danzarina Gertrud Falke y a sus vástagos, dos hijas y un hijo) y a la facultad de derecho complutense, en la que acababa de empezar a explicar un curso extraordinario de sociología gracias a la vara alta del ministro Fernando de los Ríos o, tal vez, a que Francisco Ayala era secretario de su facultad en la Universidad Central.

Ayala había seguido en 1929 uno de los cursos berlineses de Heller y empezado a traducir su libro Die Souveränität. En sus memorias recuerda Ayala la extraña figura que hacía su viuda en el cementerio del Este, al borde de la fosa. El plano ayaliano parece sacado de una película expresionista, pero lo cierto es que la señora Heller, con tules negros o sin ellos, era en mi concepto una mujer de belleza turbadora. Heller se había casado con ella en 1921. Al morir Hermann se traslada a Inglaterra. Muere en Londres en 1989.

Gertrud Heller, geb. Falke, ca. 1916
La noticia de la muerte de Heller la dan varios periódicos de Madrid, la mayoría de izquierdas. La pluma del redactor es siempre la misma, pero algún periódico, por cómo se retoca el original, parece que quiere decir que Heller ha caído asesinado por los nazis: "Una víctima del hitlerismo. Ha muerto el profesor Heller". Según la tendencia aparece pues modulado el heroísmo socialista del profesor de derecho público de la universidad de Fráncfort.

A Heller le da a conocer en España Luis Recaséns, que estudia con él, pensionado por la JAE, en la primavera de 1926. Es así que la primera referencia al jurista alemán que encuentro en la literatura española data de julio de 1927 y es, como parece lógico, del mismo Heller. Recaséns le dedica después una sección de su investigación sobre las direcciones contemporáneas del pensamiento jurídico (1919). Manuel Martínez Pedroso traduce Las ideas políticas contemporáneas (1930) y Francisco Javier Conde el magnífico Europa y el fascismo (1931).  

Despojado de su cátedra o a punto de serlo llega a España por casualidad o acaso buscando un clima y una atmósfera humana más benévolas para su dolencia cardíaca. Socialista militante y comprometido con el partido desde 1920, "dos horas antes de morir, en una conversación particular, reconocía emocionado la necesidad de Dios". ¡Por cuánto menos se ha hecho conversos a tantos moribundos! Eugenio Ímaz, el amigo que lo apunta en Cruz y Raya, ha medido seguramente sus palabras, porque aceptar la necesidad de Dios, no por sentimentalismo, sino por rigor intelectual, dista de creer en Él. Tal vez. Quién puede saberlo sino el Juez que no prevarica. La necesidad de Dios es en el autor de la Staatslehre nada menos que un "momento conceptual y riguroso de la teoría del Estado".

Ante las consecuencias tan dolorosas del infarto, que lo descompone físicamente delante de sus alumnos, de derechas y de izquierdas, Heller se compone dialécticamente para la bella muerte que honre toda su vida. No me extrañan en absoluto las vislumbres iusnaturalistas de su doctrina jurídica política. Es el mismo trecho que recorre su amigo y mentor académico Gustav Radbruch después de la guerra.

Heller es un realista político que se hace a sí mismo los últimos diez años de su vida: el camino que va de su estudio sobre la soberanía a la póstuma teoría del estado. Heller es una inteligencia fría muy por encima de la mayoría de sus comentaristas de izquierdas, preocupados infantilmente, sobre todo en España, por sus elecciones políticas concretas, pero que dejan al margen su afanosa búsqueda de las regolarità políticas y las "constantes del pensamiento político". ¿A quién puede importarle, escribe Heller en sus consideraciones sobre la ciencia política, si Bodino era un monárquico (o estaba a favor de quemar a las brujas), cuando la minerva de este politique ha alcanzado a comprender "ciertas verdades permanentes de la vida política"? Las elecciones particulares pueden o no estar a la altura de una penetración intelectual fuera de serie.

La leyenda del pobrecico Heller que han forjado los constitucionalistas españoles es, a mi parecer, enternecedora, pues se hace de él un pensador político inofensivo. Lo que cotiza en Heller es su mirada política, una "brasa helada", no las cositas que explicaba ÁG en sus clases de político de primero de derecho.

sábado, 19 de noviembre de 2016

Minima non curat praetor

Poco después de su pronunciamiento, el último gesto del romanticismo político español, Miguel Primo de Rivera encarga a José Calvo Sotelo la elaboración de los estatutos del municipio y la provincia. Calvo Sotelo, jurista de Estado, un Oliveira Salazar asesinado por la Segunda República, andaba preocupado por el desarrollo de su ley de municipios y atosigaba al dictador con todo tipo de reparos, sacando a relucir el feo que se le hace al Derecho si una ley no se aplica en toda su extensión. Pero Primo de Rivera se justificaba: "Qué me dice usted, Sotelo, ¿es que ha olvidado que yo tengo suspendida desde hace dos años la constitución".

Con Franco, sugestionado por aquello del país sin constitución, ya era otra cosa. La lepra de la juridicidad, enfermedad de la que el caudillo se contagia hacia 1945, lo complicará todo, así que ya vamos por la novena ley fundamental, la de 1978. Contaba don Mariano Baena en sus clases de la facultad de políticas que en tiempos no había quien le tocara las cuentas a un alcalde, ni siquiera en los pueblos en los que la contabilidad municipal rezaba, escrita con tiza, en la pared o en la puerta de la alcaldía. Vive Dios que no había forma entonces de enchufar a nadie para conserje de un ministerio. Para director general o secretario general sí, eso ya era otra cosa. Se puede entender así este sucedido.

Ayer, convocado en Murcia por un "panel" de la ANECA, chiste de una gepeú académica, tuve que rendir cuentas como profesor de una de las asignaturas que imparto en mi grado. Haciendo honor a don Camilo Barcia, catedrático de mi claustro en 1918 y aficionado a aprobar a todo el mundo, alumnos filipinos incluidos, examinados por teléfono o por metempsicosis, según vivieran o no, vaticiné que muy pronto daría yo también el Apto a todo el mundo, pues también los reaccionarios nos hallamos comprometidos con el igualitairsmo. "Pero todavía no, cuando pasemos estos rápidos y discurramos pacíficamente, más tarde, por los meandros sanchopancescos del profesor sexagenario", dije yo al notar el tacón de mi vicedecana clavándose en el empeine de mi zapato. Debió entender la broma uno de los jueces (llamarle panelista me trae a la memoria al carpintero de mi pueblo), lector para más señas de mi edición de El principio aristocrático de Ángel López-Amo, con prólogo de unos de sus maestros compostelanos. Por eso juzgo yo que no se anotó una mención negativa en mi expediente.

No dura mucho el interrogatorio y enseguida nos dan la libertad. Los jueces tienen que ganar el tiempo perdido en los sucesivos atascos que han padecido de camino al campus. La vicedecana se ha debido ver aliviada por mis silencios exculpatorios. En realidad, el Análisis de Fortalezas y Debilidades me importa lo mismo que a Montaigne sus contratos de aparcería con los domésticos. Al parecer, nos explica EM, la vicedecana de la cosa, que el panel debe acabar imperativamente a las 21 horas, pues a esa hora cierra la facultad y no se puede remediar.

La ANECA, esa gemela de Behemoth, que puede acabar con un título y con todo lo que contiene, que ha puesto firmes a cien mil profesores, no puede ordenarle a un bedel que retrase unos minutos la hora reglamentaria de cierre por necesidades del servicio. 

El mejor de los propósitos

Ni me voy a acercar a una toga hasta el Día del Juicio Final, ni pienso leer los nuevos criterios de la Aneca que tienen a mis colegas asustados como avutardas.

Empresas políticas, número nonato

Revolviendo papeles para traerlos a camino, fuera de lugar desde hace cuatro o cinco años, encuentro el contenido del número 16-17 de Empresas Políticas. Quedó nonato, aunque algunos de los textos prometidos (C. Gambescia, A. F. Tobón, A. Rodríguez) aparecieron después en Razón Española.


Me encuentro adosado el amplio recurso de contrafuero que se menciona en el índice y espero poder publicarlo comentado en algún momento. Bien planteado, es una pieza de convicción importante para dilucidar la revolución legal o "Transición" y la constitución puente de 1977 o Ley para la Reforma Política.


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miércoles, 16 de noviembre de 2016

Ultima necat

Toda necrología es el paradójico curriculum vitae de un muerto. Este difícil y necesario género literario se resiente por esa peste de las Comisiones Académica Evaluadoras y su regla del último grito. Cuando la necrología se la encargan a un erudito infantil no se ponderan en ella ni la fortaleza moral ni las virtudes patrióticas del colega, ni siquiera si, muerto en la flor de la edad, deja mujer e hijos, sino los kilogramos de publicaciones en revista de impacto.

martes, 15 de noviembre de 2016

Machen sie eine Krone

Se esfuma la mañana y se metaboliza la lectura. Sin saber cómo, todas las líneas me llevan al Solitario del Sarre. Hace unos días era el libro de MS, atascado, como la mayoría de socialistas de cátedra, en demostrar si CS era mucho o poco un franquista asaz nazi. Ahora es la grata encomienda de un prefacio para el libro de un amigo porteño sobre la filosofía jurídica y política de otro decisionista, el antiformalista HH. Aquí debajo aparto lo que a ciencia cierta echaré de menos en esas páginas.

Según la nueva edición del Glossarium (Duncker u. Humblot 2015), ahora aumentada, anotada y comentada, imprescindible para los adictos al Viejo de Plettenberg, Don Entiendo se recrea en la lectura de una versión privada de las Radiaciones del Capitán, que el propio Jünger le hace llegar por persona interpuesta. En la entrada del día 14 de diciembre de 1943 menciona EJ en sus diarios de guerra una carta de CS. La carta, según la erudición de Maschkiavelli, está fechada el 28 de noviembre. Se muestra Schmitt en ella muy preocupado por el efecto perturbador que los bombardeos aéreos tienen en la relación de protección y obediencia manifiesto en los sótanos y refugios subterráneos mientras aquellos duran. La minerva (Geist) de su amigo, cautivo ya como Benito Cereno, está dotada como ninguna otra para el concepto. Schmitt, como Rechtswissenschafler, está de acuerdo, aunque pone algún reparo, no sea que el contraste entre la imagen y el concepto que Jünger supone limite el alcance de sus nociones, que si por algo se caracterizan es por la ambigüedad. "Como naturalista que es", se explica Schmitt, "acaso [Jünger] no me entiende del todo".
Del mismo modo, juzga Schmitt en su glosa que Jünger "individualiza óptimamente su situación histórica concreta": klassicher Rechtsdenker. El adjetivo entusiasma al último representante del jus publicum europaeum, pero el nombre no tanto. Schmitt no es teólogo, ni filósofo, si siquiera filósofo del derecho, sino jurista, Jurist. Dice el Capitán que la situación de CS, supeditado al príncipe (er ist der Krone zugeordnet), se vuelve necesariamente incierta cuando circulan las élites y cambian los adelantados del Demos. Agradece Schmitt el diganóstico, jawhol, pero sobre todo la mención de la corona e, implícitamente, la de la legitimidad, pues poco después de la guerra, en 1943 o 1944, él mismo le sugiere a Franco y a Conde instaurar un principado: hagan de España un reino (machen sie eine Krone), única garantía de continuidad para una dictadura.

La rotundidad de ese consejo político llama la atención de Álvaro d'Ors, pues "CS no podía dejar de admitir que la legitimidad del nuevo régimen venía de la victoria bélica de 1939" y no de una restauración monárquica sobrevenida, como luego muchos terminarán aceptando. D'Ors no cree que Schmitt se encontrara con Franco, ni en los años cuarenta ni después; en todo caso, en su relación de las jornadas a España y Portugal de 1943 y 1944, Schmitt, el epimeteo cristiano, no menciona nada al respecto. Acepta d'Ors no obstante que la sugerencia schmittiana interesara a Conde "por el tema de la Corona", pues recuerda "haberle oído, en Madrid, una conferencia sobre ese asunto".

Miguel Saralegui, en su libro reciente, recuerda mi propias dudas acerca del improbable diálogo entre Carl Schmitt y Francisco Franco y se lanza a escribir "la historia de un encuentro que nunca ocurrió". Saralegui sugiere que la confusión puede deberse a las imprecisiones de la edición del Glossarium. Tal vez Schmitt no escribió realmente que se entrevistó con Franco, sino que a través de Conde sus opiniones llegarían a Franco etcétera. Pero sucede con Schmitt que todo en él está muy lejos del misterio, casi todo, menos sus banalidades superiores, resulta cotidano. Recuerdo ahora la prosaica explicación de la divergencia entre La defensa de la constitución y su título original: Der Hüter der Verfassung. No he podido consultar la primera edición del Glossarium, pero me parece que el contenido de esta entrada no se altera en la nueva. Advierto, con todo, que Saralegui (como por lo demás Maschkiavelli, en su traducción comentada de "El Glossarium de Carl Schmitt" de Á. d'Ors) pone en boca de Schmitt machen Sie eine Krone; en la nueva edición, en cambio, reza machen sie eine Krone. No es lo mismo ("instauren una monarquía" o "hagan de su patria un reino"), pero el fondo permanece invariable.

Saralegui asegura que Francisco Franco no concedió una audiencia a Carl Schmitt ("el poderoso no quiso introducir en su círculo a un apestado") y esto le hizo sentir "una profunda decepción", incluso "rencor". La verdad, no sé cómo habrá leído MS la carta que yo traduje no hace tanto para incluirla en Contra el "mito Carl Schmitt". Seguramente, MS sabe alemán mucho mejor que yo, pero creo que su parti pris o la conveniencia de su tesis (brevemente: CS o el franquista antifranquista y vicerversa) le hacen ver en una epístola salpicada con expresiones corteses la "carta agresiva" de un viejo frustrado y "consciente de que, si el encuentro no se produce en 1973, jamás conocería a uno de los más duraderos autócratas del siglo XX". A mí se me ocurren otras razones de más peso para entrevistarse con Franco, empezando por los chascarrillos que el Caudillo le cuenta a su primo, el de la conversaciones privadas... De todas formas, no creo que el sulfuroso Franco, excomulgado por la ONU y severamente amonestado por el sucesor de san Pedro tuviera problemas con el señor Schmitt, paseante de la playa de Barrañán. Franco debía tener una opinión sobre los universitarios muy parecida a la expresada en 1837, delante de Guillermo de Humboldt, por el rey Ernesto Augusto de Hanóver: "Profesores, prostitutas y bailarinas son cosas que siempre pueden comprarse por dinero". Cuando se cansaba de ellos, Franco tenía el buen gusto de no abrirles una mercería, sino que les madaba de embajadores a Taiwán o al Paraguay, lugares remotos en los que como decía Emilio Romero, "las ideas se estrellan en los cócteles".

Pero la prueba definitiva de que Schmitt, como yo, "no conoció a Franco" es una carta de Günther Krauss -"partidario de la pena de muerte, derechista y extravagante": genial descripción que da el tono de la obra; como esta otra, escrita como por quien se acaba de enterar de algo y necesita contarlo: "Rialp: editorial dirigida entonces y hoy por socios del Opus Dei"-. La carta de Krauss, de febrero del 74, nada dice, según MS, sobre la audiencia o la no audiencia de Schmitt al Pardo, pero MS, que la ha leído, presume el mosqueo con su discípulo, "por conseguirla [la audiencia], quizá sin invitarlo [él, Krauss, a Schmitt]".

Y el autor concluye: "Si bien estos testimonios no anulan la posibilidad de que a comienzos de la década de los cuarenta -o incluso más tarde- Schmitt conociera a Franco...". Así todo el libro. Una detrás de otra.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Lecturas del puente de Todos los Santos


FFM no dice toda la verdad en sus memorias. Recuerda haber votado contra la destitución de Niceto Alcalá-Zamora, penúltimo freno contra el despeñamiento de España en la guerra. Pero Montiel recuerda mal, probablemente porque tiene presente su pasantía en el bufete de don Niceto. Me ilustra sobre el asunto el archivero de la Fundación Pablo Iglesias, Aurelio Martín Nájera, a quien agradezco su afán releyendo las páginas que Ortega y Gasset dedica a su gremio. Su magnífico libro sobre el grupo parlamentario socialista durante la Segunda República es como los libros de Ricardo de la Cierva: se puede discrepar de esta interpretación o de aquella apostilla, pero todo en ellos es veraz.
Verdades enormes son también las que recoge Manuel Aguilera en Compañeros y camaradas, un libro publicado por Actas en 2012. Bien escrito. Bien ilustrado. En él están las fotos del ugetista Antonio Sesé, sobre cuyo asesinato se extiende también Montiel, pues lo atribuye al agente de Stalin Pedro, el mismo que pretende también cargárselo a él. Sesé vivo y Sesé muerto por las balas anarquistas. Pocas objeciones a Aguilera, salvo unos cuantos pasajes innecesariamente superfluos. Pero qué libro no los tiene hoy en España si su autor, un historiador joven, tiene delante, en las casamatas de la ANECA, a los desnaturalizados marxistas de la cátedra. Habla Aguilera de la lucha entre demócratas contra fascistas y de las libertades democráticas de la zona republicana. ¿Cuándo se vio eso en la Guerra de España? Lo peor de todo es dar por bueno uno de los mantras de "Viñas y Hernández", budistas del Himalaya de mentiras, quienes han dictado que "el PCE se convirtió en un sólido baluarte de la defensa del republicanismo progresista que apostaba por el pluralismo frentepopulista". En realidad no le hacemos caso, porque todo su libro pone de manifiesto la labor de zapa comunista, el "trabajo político" en la retaguardia de los agentes de Stalin para laminar a sus rivales.

El libro que no tiene un pase es el de una camarada sobre la guerra civil en Murcia, un análisis sobre el poder, los comportamientos colectivos y otros nosecuantos. Prefiero, aunque no esté terminado ni creo que vaya a estarlo, el Al servicio de la Revolución. Violencia y represión en la Murcia republicana (1936-1939), cuyo autor tiene reparos o miedo y no se atreve a publicarlo.

Roberto Robaina (d.),
exministro cubano
de Estado hasta 2002 
A la camarada le debo mucho. Libro vetado por su célula, mío o de cualquiera, libro que se publica él sólo, sin fórceps ni ayudas. El de Montiel, publicación óptima para un centenario, es un buen ejemplo. Su jefa, camarada inmarcesible, a través de un mediocre director de publicaciones que vestía unas chaquetas de hombreras inverosímiles (siempre me recordará al camarada Roberto Robaina, expulsado con deshonor del Partido Comunista de Cuba), se opuso a la publicación con mi prólogo del facsimilar de El Belén de Salzillo en Murcia, de Ernestro Giménez Caballero. Conservo el correo que el buen hombre me envió sin purgarlo previamente del rastro de la superioridad. La vicerrectora de la época, por mediar, me reunió con el pobre diablo. Gasté delante de él todos los adjetivos y todos los nombres del campo semántico de la censura. Ni respiró. De las camaradas basta saber que prefieren a Manolón Tuñón de Lara, ¡por Dios!, postergando a Renzo de Felice y a cualquiera antes que a Salas Larrazábal. Como los moros regulares le decían a los españoles batidos por el paqueo rifeño: "Paisa no saber manera".

Como diría Serge Gainsbourg, pasemos de una vez a las cosas serias. Acabo de recibir la traducción francesa de The God that Failed: Le dieu des ténèbres.

Herr Heller, realista político


En Europa y el fascismo, de Hermann Heller, un texto de 1929 puesto en español por FJC en 1931, se señala que la dictadura, para garantizar su continuidad, necesita de un "rey". Me acuerdo entonces de una glosa schmittiana sobre las condiciones de supervivencia del régimen del 18 de julio.

Echo de menos en esa edición (yo tengo la de JLM, idéntica a la de Ediciones España) un prefacio del traductor, entonces socialista de la F. U. E. No está mal, como Ersatz, su lanzada a moro muerto, única y extemporánea nota a pie de página de todo el libro.

"La administración de justicia", escribe Heller, "es también dictatorial" bajo el régimen de Mussolini. Y Conde, o tal vez Manuel Pedroso, mentor del joven jurista de estado que por entonces se habla con su hija, le ajusta las cuentas a la dictadura comisaria, aún reciente. "Tan verdad es esto", esto es lo que afirma Heller, "que todo el mundo recuerda en España cómo fue destituido el digno juez Prendes Pardo por el general Primo de Rivera, en los primeros tiempos de su dictadura, por no haber querido sobreseer un proceso que, por comercio de estupefacientes, se le seguía a una notoria mujer pública, amiga del dictador". Hay que tener mucha flema o mucho humour para mezclar a la Caoba con la teoría del Estado o bien, esto parece más lógico, haber sufrido muchos expedientes gubernativos y pagado muchas multas.

Vengo a Heller por complacer a un buen amigo y me encuentro, sobre todo en Teoría del Estado y en La soberanía, con los tres enunciados in nuce de su teoría realista de la política:

a) Frente a la historificación y la sociologización de los conceptos políticos, superadas por el primer cuarto de su siglo agravando el mal (la absolutización de los accidentes políticos), Heller lanza su ofensiva contra el relativismo doctrinal del derecho público y resalta las "constantes idénticas del acontecer político".

b) El Estado constituye la forma política característica, a partir del Renacimiento, del "círculo cultural de Occidente".

c) La summa potestas o, según las épocas históricas, majestad o soberanía, "¡perdurará hasta que la historia haga que los hombres sean absolutamente justos!".

Francisco Javier Conde, el más helleriano de los juristas de Estado españoles, aprovechará todo ese material para su Teoría de la Organización Política. La misma doctrina que en la universidad de Murcia explicaba en sus primeras clases RFC y que a un alumno suyo sin desbastar, novelista de tesis que yo admiraba tanto el siglo pasado, le parece en sus papeles una vacuidad. 

Universitarias trigéminas

En el Vicerrectorado de Responsabilidad Social, Transparencia e Igualdad y la Unidad para la Igualdad entre Mujeres y Hombres de la Universidad Equis no saben escribir "trigésima sexta víctima mortal de la violencia machista en nuestro país". Arrían sus banderas en España las concordancias de género para que se pueda escribir "trigésimo sexta". Firman la cosa dos universitarias trigéminas con mucho mando. La gramática y la ortografía son los chivos expiatorios de estas generalas, auténticas victimarias de género.

Post scriptum. Las Trigéminas, erre que erre, inasequibles a la gramática, se duelen hoy 11 de noviembre por la víctima "trigésimo séptima".

miércoles, 12 de octubre de 2016

Hispanidad

La televisión del gobierno, con mucho peor estilo que aquella de los Coros y Danzas, titula la noticia de la Hispanidad como si se tratara de un "hecho diferencial" aragonés. La virgen del Pilar, patrona de los aragoneses, es símbolo y fiesta que trasciende lo religioso. La Hispanidad es precisamente esa trascendencia mundana que ni a la locutora ni al redactor les está permitido apuntar.

De lo que se trata es de destruir para fabricar algo nuevo en sintonía con los tiempos. 

martes, 4 de octubre de 2016

B2J y Madariaga


Me acerco a una edad en la que se puede aspirar a escribir un libro que pueda aprovechar a alguien más que a mí. Por eso sigo remansando páginas de Bertrand de Jouvenel. 

Hoy me llega Le réveil de l'Europe, publicado por Gallimard en 1938 y sorprendido (yo el primero) en un catálogo. Visto por encima me parece un testamento político escrito a los treinta y cinco años. Conclusión de su pronunciamiento de 1927 (La politique à vingt ans), del que este, sutilmente, parece traer su causa. Redactado entre 1933 y 1937 es el intento del autor de aclarar sus propias ideas sobre la restauración de la secesión, en dos facciones, de la elite política.

"En 1923 yo tenía 20 años... Un mundo nuevo estaba empezando", escribe en la primera página. El problema de su época es el de "la relación de lo espiritual con lo temporal", pródromo de una guerra desgarradora. Antes de pasar por su etapa de liberal inofensivo, la más conocida, B2J justifica el odio contra aquellos a quienes se cree culpables de provocar la ruina de la civilización: "Todo sentimiento menos vigoroso que el odio sería ciertamente el indicio de una falta de virilidad. Querer pues atenuar la guerra de ideologías que divide nuestra sociedad es de tontos".

Por casualidad me llega el ejemplar de la biblioteca de Salvador de Madariaga, dedicado "respetuosamente" por B2J. ¿Dónde habrá pasado, esperándome, estos últimos ochenta años? De la dedicatoria se deduce que de Jouvenel había entendido muy bien Anarquía y jerarquía, escrito por el ofrendado en 1935. De las páginas intonsas que Madariaga solo leyó la introducción.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Mariposas con cocaína para Colombia

Limpio el texto de Los almendros de Urci, memorias de Francisco-Félix Montiel sobre su viaje de ida y vuelta al comunismo. En un capítulo dedicado al golpe de Estado del coronel Segismundo Casado, a su juicio urdido todo por Moscú, Montiel le dedica a la tiorra Pasionaria algunos pasajes de mucha penetración. En uno de ellos se refiere a los "detalles sentimentaloides tan poco marxistas" que se cuelan en sus memorias, El único camino. Si alguien con las manos manchadas de sangre divaga en sus memorias políticas sobre vestidos nuevos y ropa sin estrenar, engaña y simula.
Me hace pensar en esa misma cursilería antiherocia lo mucho que tienen que ocultar todos esos narcos de las FARC, aspirantes a la bicoca de diputado y alcalde, como los terroristas del nacionalismo vasco, cansados de su viejo oficio. Timochenko, de Timoleón, qué nombre tan triste para un enemigo del género humano, habla en sus discursos de "todos" y "todas", de "guerrilleros" y "guerrilleras" y espera liberar a las "mariposas amarillas".
Si después de cincuenta años de guerra civil se tolera esa caída de estilo es que a Colombia, como diría Serguéi Chajotín, la ha violado la propaganda política. 

jueves, 22 de septiembre de 2016

Monsieur de Jouvenel (B2J)

Leo Bertrand de Jouvenel (ISI Books 2005), de Daniel J. Mahoney, autor de otros libros sobre Raymond Aron y Charles de Gaulle. Mi proyecto de libro sobre De Jouvenel está supeditado a que no encuentre yo el libro que querría leer. El estupendo libro de Mahoney es alta divulgación intelectual, pero yo no sé escribir libros como ese. Me pongo y enseguida veo que me está saliendo un libro que, después de meses de duro trabajo, leerán catorce personas en todo el mundo. Así es la rosa.
Debo releer también el B2J de Armando Zerolo (Sequitur 2014), pero sobre todo el B2J de Olivier Dard (Perrin 2008). Después decidiré.
No obstante, la presentación de Mahoney es ya incitadora. Entiendo las limitaciones del género y las impuestas por el público lector de ISI Books a D. J. Mahoney, pero con los dos pitones afeitados (el "mal paso" del Partido Popular Francés y su último libro sobre Marx y Engels), B2J parece un pensador liberal inofensivo, valga la redundancia.

martes, 6 de septiembre de 2016

Franco y de Gaulle

Obras completas de J. de Maistre, en Olms Verlag, Hildesheim 1984.
Se tenían gran estima. Se puede decir que se caían bien. Paso de Clausewitz a de Gaulle y otra vez a Clausewitz, un sociólogo inopinado que añadir a la relación de sociologi per caso de CG. Precisamente leyendo el capítulo que CG le dedica a Tolstói me decido a leer El erizo y el zorro, de Isaiah Berlin. Bueno: dejando a un lado el prólogo del macho alfa liberal y premio Nobel, me interesan solo el paralelismo del ruso con Joseph de Maistre y Joseph Proudhon. Pero Berlin me parece alguien demasiado "profesor" a quien le preocupan las cosas "profesorales": la definición perfecta de académico anglosajón. Me voy por la tangente y pienso en las Obras Completas de de Maistre, con cuya edición facsimilar de la lyonesa de 1884-1886 espero poder hacerme pronto. De de Gaulle puedo leer esta tarde, por fin, Le fil de l'épée. Tiene razón Freund: escribir un libro como ese sin haber cumplido cuarenta años es extraordinario. Creo que algo así ha estado al alcance de casi nadie en el siglo pasado. Sigo teniendo muy presente Vers l'armée de métier y La discorde chez l'ennemi, que leí antes de cumplir yo treinta, me consuelo, pero estas páginas de 1932 son otra cosa. Quien escribe libros como Le fil de l'épée se codea con Maquiavelo en el banquete de los antiguos. Mi impresión, a medida que avanzo con mi impedimenta -Jimena me pregunta cualquier cosa sobre Simbad el Marino- y llego al final ("El político y el soldado"), es que el comandante de Gaulle ha escrito un espejo de príncipes para el general de Gaulle. Si Franco, en vez de escribir esas bobadas sobre la masonería hubiera escrito alguna página como esas de de Gaulle, esculpidas con citas de Shakespeare, Heine, Goethe, Ardant du Picq o Clausewitz,  para devolverle el filo a la espada, otro gallo nos cantara. Y si en vez de darle palique a su primo Salgado-Araujo se hubiera aplicado con un leal Peyrefitte, ahora tendríamos algo potable que leer sobre el pensamiento de Franco y no todos esos chascarrillos de Sancho Panza en Barataria.

domingo, 31 de julio de 2016

A2B

Se siente orgulloso de no tener ni una gota de sangre burguesa. Es la poderosa razón biológica que seguramente le mueve a escribir este apunte cervantista: "La pareja Sancho Panza-Don Quijote es la alianza del pueblo y la aristocracia contra la burguesía".

viernes, 29 de julio de 2016

La violación de Europa

El rapto de Europa se confunde con su violación y la suplantación de su descendencia, pero no es lo mismo. 

Cuando Luis Díez del Corral escribió su libro sobre la interpretación histórica de nuestro tiempo: en el fondo, a pesar de sus referencias a la expansión de las naciones ibéricas, se trata más bien de los cincuenta o sesenta años que transcurren desde que empieza de veras la colonización de África hasta el incendio conscientemente descontrolado de la descolonización, corre 1954. No podía saber que dos décadas más tarde, en abril de 1974, el presidente argelino Huari Bumedián profetizaba en la sede las Naciones Unidas que "un día, millones de hombres abandonarán el hemisferio sur y se encaminarán hacia el hemisferio norte. Pero no arribarán como amigos, pues llegarán para conquistarlo. Y lo conquistarán y lo poblarán con sus hijos. El vientre de nuestras mujeres nos dará la victoria". Tal vez se había inspirado en la novela de Jean Raspail, publicada el año anterior.

Para Díez del Corral el rapto tiene su dimensión trágica, desde luego, pero apenas roza el cuerpo de Europa. El resto del mundo, la no-Europa, rapta su espíritu y copia su técnica, pero al precio de la autocolonización, mucho más intensa a partir de los años cincuenta. No podía conocer los designios de Bumedián: consumar la violación de Europa, en alma y cuerpo, y suplantar su descendencia. Es la forma del colonialismo que hoy nos azota y que tanto le cuesta ver a los europeos. Miran pero no ven lo que está pasando.

Lo anticipó durante toda su vida, como un presentimiento funesto, Gaston Bouthoul. La forma superior del imperialismo es la inducida por la superpoblación motorizada de los países del hemisferio sur, particularmente los musulmanes, pues no aspiran solo a conquistar, sino a suplantar.

"Por una curiosa pero comprensible contradicción, la oposición a estas medidas [de contención preventiva de la inflación demográfica] vendrá sobre todo de las naciones cuya estructura demo-económica las hace más belicosas. Pues la inflación demográfica constituye la expresión de una agresividad que se desentiende de las masacres. Es también la más intensa de la formas del imperialismo, pues no solo aspira a dominar, sino a suplantar. Dicho de otro modo, esa inflación demográfica conduce al genocidio". La casandra de los demógrafos antinatalistas describe la pesadilla de Europa en 1961. En realidad no hacía falta tener el don de profecía. Bastaba con entender las razones por las que De Gaulle, traicionando a sus soldados, pero no a la razón de estado, abandonará el fardo de la Argelia Francesa.

Paralelismos

Releo mis notas sobre Masa y poder, el libro que se confunde con la vida del sefardí Elías Canetti. Este tipo de libros inauguran y clausuran un género literario único e irrepetible, como el dodo. También, como ese ave exótica, extinguido.

Hay en sus páginas de todo lo imaginable. Fogonazos sociológicos e intuiciones extraordinarias. Cuando escribe sobre los "símbolos de masa" de diversas naciones europeas se ocupa de Inglaterra. Hay ahí un pasaje en el que parece poner en prosa unos versos prescientes de Ruyard Kipling, de su A Song in Storm, que cito a la menor ocasión:

Be well assured that on our side
The abiding oceans fight.

En palabras de Canetti:


Cuando los ingleses eran atacados en su isla, se confiaban al mar: 
con sus tormentas, este venía a ayudarlos contra el enemigo.

En la primera página de La rebelión de las masas habla Ortega de la "masa" y de su "poderío social", términos que le vendrían muy bien para subrayar la dimensión puramente sociológica del libro. Justamente lo que hace Canetti. Pero menciono a Ortega porque entre él y Canetti o Cañete hay un curioso paralelismo sensitivo.

En Cañete salta la liebre cuando tiene de la masa, en los años treinta, una experiencia táctil. En Ortega, por la misma época, la experiencia en cambio es visual. Todo está lleno de gente y eso él lo ve. Tiene ese paralelismo algo profundo que se me escapa. Debe haber también, en alguna página recóndita, el registro coetáneo de una experiencia auditiva paralela. En el jazz tal vez. La olfatoria es palmaria. Y la experiencia gustativa de las muchedumbres ¿cómo será?

jueves, 28 de julio de 2016

De Benicarló a Cartagena

27 de julio. Regreso a casa en tren. Solo. Vuelvo conmovido por las palabras del diarista telúrico Renaud Camus, intuidas desde hace meses y leídas sobre el Atlántico para no pensar en el éter que durante once horas, hasta la arribada mexicana, sustenta cuatrocientas almas. Palabras que se hacen carne con hiyabes y albornoces en la esquina de un pueblo de Castellón en la que me encuentro, de improviso, in partibus infidelium.   

RC es francés de estirpe o casta francesa (français de souche), términos sin valor jurídico y erradicados por la jurisprudencia civil. Camus, icono del homosexualismo de los años setenta, ha escrito un libro fundamental que debería estar en el macuto de cualquier europeo. El grito de dolor que exhala lo han silenciado, por eso hay que comprarlo y leerlo de extranjis para que nadie tache nuestros vicios. Lo dedica a "dos profetas", a Enoch Powell y a Jean Raspail.

En un texto que recoge precisamente Le Grand Remplacement, "Le changement de peuple", recuerda RC el parlamento de su compatriota Richard Millet en France 3, emisión de Ce soir ou jamais del 7 de febrero de 2012. Millet es francés, católico y heterosexual, un excombatiente en el Líbano a favor de los cristianos que no puede soportar la idea de que hay mezquitas en Francia o en Holanda. Quelle horreur! "RM, en un programa de televisión con el que principia la toma de conciencia colectiva, habla de su dolor por saberse el único de su raza [le seul blanc], o apenas el único, en la estación de Châtelet[-Les Halles, el corazón de París] a las seis de la tarde". Lo terrible del pasaje es la estupefacta incomprensión de sus tertulianos, "Muy Representativos de la Corporación de la Palabra Autorizada", los MRCPA. "¿El único blanco en Châtelet a las seis de la tarde? ¿Donde está el problema? El sufrimiento del que les habla Millet les resulta ininteligible".

La víctima propiciatoria de los MRCPA es "el indígena [francés, español, portugués, italiano o alemán, europeo en suma], expoliado de su propia mirada, de su propia relación con la realidad, de su sufrimiento", pues ni siquiera tiene ya derecho a protestar por el "cambio de pueblo" perpetrado en su perjuicio y en nombre de los Derechos del Hombre, ese ente de razón. 

Finis Hispaniae

Los muslimes truenan contra España y a la guerra estratégica de úteros que ya perdemos juran por Alá que van a sumar la de la propaganda por el hecho. Al mismo tiempo, el nacionalismo pequeñoburgués catalán, discutidor y cobarde por esencia, da un golpecito y declara abierto un proceso constituyente y cursi para "desconectarse" de la vella Espanya.

Que no haya gobierno y vivamos en interregno desde hace más de un año es el menor de nuestros problemas. El drama español es la sucesión de gobiernos, interinos o plenarios, que nunca se atreverán a nombrar a los enemigos de España, sean moros o cristianos.

miércoles, 20 de julio de 2016

martes, 5 de julio de 2016

Rivalidad mimética explicada a gritos a dos niñas de 8 y 6 años

Jimena, Julia, Jimena, Julia, Jimena, Julia, Jimena, Julia... 

Autorretrato-encuesta
con una marcada tendencia a la "quantophrenia" sociológica
Y a la inversa:

Julia, Jimena, Julia, Jimena, Julia, Jimena, Julia, Jimena...


Y así hasta la venida del Defensor o Paráclito (si es que, como tantos signos anuncian, llega antes de mandarlas a la universidad).

Epizootia constitucional

Portada conmemorativa y entusiasta del otorgamiento de la
IX Ley Fundamental española que responde al Qui prodest?
Las últimas elecciones han revelado una confusión absoluta. Bastan para convencerse las erráticas profecías de las encuestas electorales -hablar de "previsiones" hace tiempo que dejó de tener un sentido inteligible-. Pero la salvación irradia también donde se encuentra el peligro, en el 26J, fórmula por lo demás irrelevante dentro de unos meses, pues el año que viene tendrá también su 26J, como todos los años, hasta que volvamos al polvo y aun después.

Así, en su última erupción, que hace pensar en una epizootia por el número de brutos contagiados, cierta dolencia, el mal español, ha multiplicado y amplificado la reclamación de un nuevo pacto constitucional, de una nueva ley electoral y una constitución nueva, incluso de una Nueva Transición. Gonzalo Fernández de la Mora lo diagnóstico: la manía constitutoria. Sus últimos años fueron escribir para remediarla.

Ni las constituciones las fundan los pactos, aunque estos puedan propiciarlas como "enjuague" o "chanchullo", ni la Transición es un modelo del que pueda presumir la gente sensata, pues es el ejemplo máximo de la lepra de la legalidad de los pueblos latinos: de la ley a la ley pasando por la ley... sin derramar ni una gota de sangre, pero derrochando en el politiqueo las energías acumuladas durante décadas. Quién lo hubiera dicho de una nación tan bien dotada hogaño para el derecho político. Lo cierto es que no hay constitución que no sea impuesta u otorgada ni cambio de régimen sin abominación, física o espiritual.

En estos meses de interinidad y desasosiego ha faltado imaginación política. Los políticos sin  imaginación, a las primeras de cambio, echan siempre por el camino fácil de la reforma constitucional, jaleados por la gente. Corren afanosos delante de ella y por eso, si miras desde la calle, te parece que la guían. En el barullo, tal vez, pretenden dar esquinazo a la dura ley de la circulación de las élites. El tardofranquismo y la constitución innominada de 1977, nuestra célebre constitución puente, sugieren que se trata de un empeño vano -qué espectáculo el haraquiri de los procuradores del reino-. Otros, más comedidos, iluminados que se ven a sí mismos como faros, sueñan con una reforma de la ley electoral, símbolo de todo caduco del viejo régimen.

En realidad, la tribulación de un país sin gobierno, en dormición, despolitizado, hostigado por la brutal guerra de úteros de la quinta columna, ha puesto de pronto al descubierto las virtudes ocultas de una constitución cuyos defectos, al fin, se conocen y con los que no le resultaría difícil manejarse a un gobierno sin vicios ocultos. Despolitizar la justicia y desmontar los Diecisiete Excusados con Bandera e Himno, fórmula que desde El Alcázar le atizaba el falangista Rafael García Serrano a las comunidades autónomas, no es misión imposible. Mantener la Ley d'Hondt, que impide formar gobierno, es cierto, pero que resulta que tiene la virtud de conjurar el diluvio del populismo sin pueblo, típicamente intelectual, de los jóvenes totalitarios, tampoco.

Como apuntaría Álvaro d'Ors en una de sus codas: esta glosa también podría titularse "Virtudes ocultas de la constitución (y vicios manifiestos del gobierno)". Vale.



Neandertales y rivalidad mimética

Marylène Patou-Mathis tiene un nombre sofisticado y unos apellidos delatores de su romanticismo científico. Su libro Neanderthal lo he leído de un tirón regresando por tren a Cartagena desde Benicarló, incitado por la filogénesis de la agresividad humana y su misterio.

La señora Patou-Mathis, del CNRS y del Museo de Historia Natural de París, sueña con encontrar a un neandertal en los hielos eternos de glaciaciones remotas y describe con ternura de paleontólogo los enterramientos de aquella humanidad tan distinta a la nuestra, pero humanidad simbólica y locuaz también, como todos los hijos de Dios. A mi, que braceo en el profundo misterio de la rivalidad mimética, me deslumbra su respuesta, acaso inconsciente, al Achever Clausewitz de René Girard.

En su último capítulo, que da mucho más de lo que promete, siendo esto mucho (el encuentro entre neanderthalensis y sapiens), viene a decir o, más bien, vengo yo a leer que Neanderthal desapareció porque "evitó el conflicto" con los hombres modernos, ni más numerosos ni mejor armados que él. "Hubieran podido expulsar de su territorio [Oriente Próximo, Sur de Europa] a los intrusos, pero prefirieron alejarse, tal vez por razones espirituales". Imitadores de Cristo también, señor Girard. Tal vez se extinguió su raza por una crisis demográfica, lo cual sería tautológico, o por haber llegado al límite de su capacidad evolutiva. Si los últimos neandertales desaparecieron en el campo de Gibraltar porque no respondieron a la ascensión a los extremos con el mimetismo negativo, Girard, desvelando la poderosa intuición clausewitziana, a su juicio una fórmula ilustrada que subraya la rivalidad mimética fundadora de la civilización, nos ha colocado a todos entre la espada y la pared.

martes, 28 de junio de 2016

Brexit

Finisterre inglés
Cuando todos se olviden del nombre, siquiera de su transliteración española, recordaremos solo el estupor que causó un puñado de votos ingleses. Finis Europae. Gibraltar español. Far-right rising in Britain

Pero nunca fue para tanto. Un nota a pie de página que se repite. En The Influence of Sea Power Upon History 1660-1783, del almirante ATM. En Land und Meer de CS. Hasta en La pusissance maritime de HC-B. 

Si les dejan elegir, siempre preferirán el océano.

sábado, 18 de junio de 2016

Basil H. Liddell Hart y Gaston Bouthoul

Bruno Tertrais le pone principio a su Que sais-je? sobre la guerra con dos citas erróneamente atribuidas a Gaston Bouthoul y a Trotsky. Me interesa la primera.

"Si l'on veut la paix, il faut comprendre la guerre".
Basil Liddell Hart, Thoughts on War, 1944.
[Citation faussemen attribué à Gaston Bouthoul (ce dernier l'ayant reprise dans ses travaux).]

La mención resulta extrañamente justiciera tratándose de un pequeño volumen divulgativo. Pero tiene mucha intención, como se ve más adelante cuando Tertrais subraya que Bouthoul es el autor del primer Que sais-je? sobre la guerra (p. 9). Supongo que subliminalmente se justifica así la necesidad de una nueva versión. B. Tertrais, de la Fondation pour la Recherche Stratégique es experto en el arma nuclear, pero sabe también alancear moros muertos. Bouthoul, nacido Boutboul, era no obstante judío tunecino de origen.

Me disgusta esa aclaración que deprime la originalidad de la doctrina polemológica de Bouthoul, pues no en vano del Si vis pacem, gnosce bellum hizo este, muy razonadamente, el lema de la sociología de la guerra, sobrevolando el clásico latino Si vis pacem, para bellum y el ripio pacifista Si vis pacem, para pacem. Mención aparte merece esta fórmula del pacifismo agresivo: Si vis pacem, move bellum contra bello, mantra de los pacifistas armados que, según Bouthoul, como cierto bobo proverbial, están dispuestos a arrojarse al río para evitar la lluvia.

Podría decir que la sumaria referencia del libro de Tertrais, bastante bueno, no me deja dormir, pero es el calor. Me incita sin embargo a hacerme con el libro de Liddell Hart.

* * *

De Thoughts on War hay un solo ejemplar en las bibliotecas universitarias españolas (Deusto), que pido en préstamo hace apenas una semana y recibo ayer mismo. Es una edición de 1999. Supongo que lo tendrán también en el CESEDEN, pero allí no llego.

B. H. Liddell Hart, bien conocido por su doctrina de la aproximación estratégica indirecta, por la dimensión psicológica (rectius moral) de la fuerza y por las ventajas de la motorización y la mecanización de esta (también De Gaulle, simultáneamente y en soledad, las predica en Francia con Vers l'armée de métier de 1934), así como por su historia de la Segunda Guerra Mundial y por diversas biografías militares, elabora Thoughts on War en sus horas bajas. Es una obra densa y, como explica el autor, necesariamente reiterativa, pues consiste en una ordenación de las glosas y aforismos sobre la guerra anotados por él durante veinte años (1919-1939). Al empezar la guerra se había planteado Liddell Hart la redacción de una teoría general de la guerra, de la que hasta ese momento solo hay vislumbres en su obra. Las circunstancias le convencen de que un tratado como ese sería necesariamente incompleto, pues toda guerra, en su desarrollo, y ese era el caso en 1942, oculta elementos decisivos que solo con la paz serán desvelados, haciéndose entonces inteligibles.

El libro de Liddell Hart, fechado el 20 de noviembre de 1943 y publicado en 1944, supongo que a primeros de año, tiene, por sus capítulos, cuerpo de tratado, pero es en realidad un extraordinario glosario de la sabiduría militar que se puede abrir por cualquier página.

El mundo está lleno de "lecturas obligadas", por eso tal vez se encuentra exhausto y su espíritu oprimido; por eso no diré yo que estas páginas son imprescindibles. Pero si yo tuviera a mi cargo a un puñado de oficiales jóvenes les invitaría a discurrir sobre todos estos propos de Liddell Hart en sobremesas espirituosas.

A pesar de sus críticas a Clausewitz, el autor ha colocado sus pensamientos, tal vez inconscientemente, bajo la sombra tutelar del general y filósofo prusiano, cloudly profound (p. 33), a quien la muerte impide elaborar el gran tratado que alentaba en su espíritu y del que solo hay atisbos en el capítulo primero del libro primero de Vom Kriege, una obra maestra de concisión. Recuerdo ahora la insistencia con la que GM llama mi atención sobre las extraordinarias condiciones literarias de Bismarck y del propio Clausewitz, grandes escritores los tres.

Las notas de Liddell Hart forman parte de su método de conquista, consolidación y proyección de posiciones intelectuales. Es así como su pensamiento, fajado en los tósigos de una penetración local o minor tactics, se va ampliando después a través de la esfera de "táctica combinada, la estrategia, la estrategia combinada, la política y la filosofía de la guerra" (p. 7). Aquí y allá aparecen las cabezas de puente de una ciencia objetiva de la guerra: "To abolish war we must remove its cause, which lies in the imperfections of human nature" (p. 35). Espigando en la obra encuentro también la más sarcástica refutación del pacifismo, que yo pondría en exordio de mi tratado nonato de polemología o en la hipotética dedicatoria con la que acompañaría un envío improbable a los marxistas-leninistas residuales del Peace Research: "The best antidote to war is a widening sense of humour and a keener sense of the ridiculous" (p. 38). Un pacifista con sentido del humor y del ridículo siempre ha sido pedir demasiado.

[Post scriptum: Sobre uno de esos científicos inesauribili, de los más conspicuos, dirijo una tesis doctoral. La doctoranda, si quisiera enterrar en sus quinientas páginas la deliciosa cita de Liddell Hart, tan british –aunque sobre esto reconozco que tiene la última palabra Ignacio Peyró–, que yo le brindo ahora, me compensaría el girovagar y el flipar con tanto budismo psicodélico de estos últimos meses.]

* * *

En 1944 Liddell Hart cuenta 49 años, Bouthoul uno menos, 48. Sus Thoughts on War, por lo que cuenta en el prefacio y salvada la distancia, se parecen mucho a las virutas de taller de Miguel d'Ors. Es un caso único de transparencia del proceso ideativo, no solo en los War Studies, sino en la mayor parte de las ciencias sociales. Aunque no tiene la coherencia de un tratado, puede compensar a los estudiosos del fenómeno militar como ilustración del recorrido de otro estudioso (p. 8).

Liddell Hart, racionalista de la guerra y doctrinario del pacifismo científico, como Bouthoul, anota en abril de 1932 lo siguiente: "Rational pacifism must be based on a new maxim: if you wish for peace, understand war" (pp. 9-10). Poco después, en mayo: "We have come to doubt the old maxim: if you wish for peace, prepare for war. But we have still to learn a new and truer maxim: If you wish for peace, understand war" (p. 19). Si Bouthoul conoce estos pasajes, que no aparecen citados en Cent millions de morts (1946), en  cuya página 218 formula por vez primera su motto científico, idéntico en efecto al de Liddel Hart, no puedo asegurarlo, pero parece bastante probable. Escribe Bouthoul: "L'humanité continue à s'en tenir à la veille maxime: Si tu veux la paix prépare la guerre, c'est à dire arme-toi et menace. Peut-être vaudra-t-il mieux dire, après les milliers de démentis infligés à la première formule: Si tu veux la paix connais la guerre".

El proyecto racionalizador de Liddell Hart es un apunte, no una polemología. Son rarísimos los soldados que han hecho del estudio [científico] de la guerra su profesión (p. 125), por eso tal vez el estudio de la guerra nunca ha sido científico, ni en espíritu ni en método (p. 118). A pesar de su espíritu, Liddel Hart se recrea en la historia, no le interesa la sociología de la guerra. Para él, la máxima que resume su "Science of War" es una regla práctica, una advertencia para los cuartos de banderas: "The profoundest truth of war is taht the issue of battles is usually decided in the minds of the opposing commanders, not in the bodies of their men" (p. 150).

Liddel Hart ha encontrado una inteligencia melliza en Gaston Bouthoul, de modo que su incitación, junto a otras, no se ha perdido, sino que se han convertido en el núcleo o fundamento de una sociología general de las guerras. No creo que los Military Studies ni los War Studies hayan subrayado la dúctil fibra roja que liga estos dos espíritus solo en apariencia dispares.

viernes, 10 de junio de 2016

Remember Cavite and Santiago!

Recibo la visita de La guerre, de Bruno Tertrais, el nuevo Que sais-je? sustituto del veterano volumen que con el mismo título le encargaron a Gaston Bouthoul a principio de los años cincuenta. Lo leo de un tirón, pues este es uno de los mayores atractivos de estos libros de riguroso y lapidario formato.

Tertrais incurre en una deliciosa contradicción, supongo que por demócrata. "Los regímenes autoritarios son, con carácter general, más belicosos que los regímenes democráticos". Página 30. Sin embargo de lo cual, en la 31, que domina mi ojo derecho, se dice esto otro: "entre 1946 y 2003 [los países más implicados en guerras] son el Reino Unido, Francia, Estados Unidos y Rusia", supongo que por ese orden. Ni siquiera vale ya in toto el ejemplo autoritario ruso, una democracia presidencialista que, desde hace más de dos décadas, resulta inasequible a las denuncias de impureza con que la asedian los Regímenes Anacrónicos y Partitocráticos de Occidente,.

La contradicción es en realidad consecuencia de una confusión doble y aun triple.

La primera es relativa al "régimen democrático", tropismo ideológico que no significa gran cosa, salvo "partitocracia de presunta legitimación demoliberal". Lo que ciertamente añade muy poco a lo consabido: la partitocracia es la expresión sociológica del residuo metapolítico "oligarquía" revestida de una derivación a la altura o, según se mire, a la bajura de los tiempos.

La segunda tiene que ver con la interesada correlación, de finalidad puramente polémica y hostil, entre cierta forma de gobierno y la propensión a la guerra. La confusión anterior se dilucida en el campo de la estasiología, esta en el de la propaganda política.

La tercera es causada por el retorcimiento de la idea de "belicosidad", generalmente confundida con la de "militarismo". En realidad, con carácter general, ahora sí procede, señor Tertrais, los países más belicosos son los movidos por el ideal democrático: Francia, "Medea dañosa del mundo" la llama, a siglo y medio de la Revolución, Saavedra Fajardo, a quien no le escapa una y menos una tan evidente, o los Estados Unidos de América. Militarista, en cambio, ha sido Alemania. Las armas son la materia del militarismo, pero lo que excita su uso es el ánimo belicoso.

La equívoca opinión de Tertrais, expresada con neutralidad científica, recuerda a la correlación inexorable establecida por Guglielmo Ferrero poco después de la guerra hispano-yanqui de 1898: los países democráticos tienen una guerra fresca y alegre, mientras que los países autocráticos la tienen triste. Ferrero no solo pretende explicar así la victoria fulminante de los Estados Unidos y la derrota de España, sino también justificarla como algo acorde con el siglo.

miércoles, 1 de junio de 2016

Pésames democráticos

El 27 de julio del año pasado recibo del rectorado el "más sincero pésame por el fallecimiento de [mi] padre". Según leo, el Consejo de Gobierno de la universidad, reunido el 24 de julio por otros menesteres, lógicamente, "acordó manifestarme su más sincero pésame". Lo agradecí con todo el corazón, como es natural, pero me queda la duda de si el acuerdo, siendo mayoritario, pues esto es claro, fue unánime y nemine discrepante o si hubo algún voto particular, aunque parece que no, teniendo al menos la certeza de que en la votación mi padre y yo alcanzamos una mayoría cualificada y holgada.

Tiene que ser un síntoma, terrible e inasequible a nuestras inteligencias oprimidas por la morada terrena, de que el reino de la cantidad se precipita. La Época de los Pésames Democráticos consuma la Época de las Neutralizaciones y de las Despolitizaciones.

La morfología oligárquica de los gobiernos y los partidos que los sustentan y se los reparten no tiene remedio, pero el pésame de mi rector, un administrador eficaz de lo común, esto es bien cierto, como esto otro: hombre simpático y de gran facundia, me confirma el triunfo inenarrable de la democracia. Si Tocqueville hubiera tenido noticia de estos pésames democráticos del futuro no habría escrito De la démocratie en Amérique, sino un tratado de demonología, como Donoso Cortés, el otro profeta de la primera mitad del siglo XIX.

Donoso, "cálido retórico [y] frío político" según el parecer de Xenius, escribe sobre el final de los tiempos, pero le pone un título poco comprometedor que le permita meterlo de matute en la república literaria: Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo.

Murria

"En Barcelona mató la murria al nene Pilí". Este diagnóstico telúrico de mi padre sobre un conocido suyo o tal vez de mi abuelo, trasplantado a otro suelo en los años cincuenta o sesenta, cuando según el prólogo de la primera edición, la "Nota liminar para hispanos" del Crepúsculo de las ideologías, capado más tarde, España se despereza y se tensa y progresa, me ha acompañado siempre. De vez en cuando me imagino a ese hombre rumiando su infortunio, esperando con avidez la muerte en la ventana de un edificio sin balcones, como otros miles sembrados en España por la contradictoria dictadura katejónica del general Franco. Desansiado de tanto ansiar.

La murria, ese mal que aparentemente mata murcianos, dolencia endémica para la que no rige en realidad el ius solis, sino el jus sanguinis, lo que explica que un murciano muere donde quiere dejarse morir, no tiene una explicación filológica sencilla. Generalmente, los diccionarios velan la parte espiritual o trascendental del problema.

El DRAE apenas si da de la murria una definición sintomática: "Especie de tristeza y cargazón de cabeza que hace andar cabizbajo y melancólico a quien la padece". María Moliner, de misión cultural en Murcia, archiva papeles de la nueva universidad entre 1924 y 1929 y hace fichas para su Diccionario de usos del español; tal vez por eso se acerca más al problema. "Murria", escribe por entonces, es nombre femenino que significa "abatimiento o melancolía" y "murrio" adjetivo que califica a quien "[está] atacado de murria". "Murrio", en el Vocabulario de las hablas murcianas de Diego Ruiz Marín, contiene esta acepción, bastante plana y deslucida para ser una palabra totémica y magnética en la que cabe todo un Volksgeist y toda la identidad regional (como en la cansera y en la risera): "Mustio, decaído de ánimo y salud".

Define la murria sin pretenderlo José Ballester en su novela de 1936 Otoño en la ciudad, en la que los sucesos más energéticos que se relatan son los entierros (pallida mors) en una "ciudad sumergida" y caliginosa en la que nunca llueve, pero en la que se espera y teme la lluvia.

Florentina, novia del protagonista, José María, joven afectado por una cansera crónica que sin embargo simula activismo, muere lejos de Murcia, pero en ella quiere ser enterrada, "pobre puñadico de gleba que va hacia el fin de su éxodo". Se llama Florentina, como la santa novocartaginesa, pero tiene un alma pagana y sueña con alimentar las raíces de los árboles, desvanecerse como las pomporicas del río que se rompen en la piedra de Matamoreno. Me parece que el inefable Ballester, preocupado por los gorriones, no habla claramente sobre esa muerte, la más importante de toda la literatura murciana: sugiere más bien que se trata de unas fiebres, como otro podría decir de calentura, de una tosesica o de un dolor miserere, pero la verdad es que Florentina se muere de murria.

Si alguien da con la tecla de la murria es precisamente Vicente Medina, con muchos debes en su poética -borrones como sus poemas rijosos-, pero poeta verdadero. En "Murria", el poema que cierra la primera serie de sus Aires murcianos (1898), habla del "mal que acora" a quien está lejos de su tierra:

¡Y, de hallarme tan lejos, la murria
me corca y me mata!

Medina presta su minerva a un desgraciado, "malico del pecho", a muchas jornadas de su roal. Solo le quedan ansias para volver a su casa. Le tortura el recuerdo de las alábegas que alfombran el huerto de su madre y las cántaras colgadas debajo de la parra:

¡que gotica a gotica tresmanan!...

Lo que le duele es morirse tan lejos sumido en un "sueño mortal".

Al gallego y al portugués, que tienen un alma mole y sensible, como la de otros moradores de las riberas boreales atlánticas, la morrinha y la saudade les ayudan a vivir lejos de la tierra natal. Al murciano, en cambio, que se ve negro y tiene alma agarena, la murria es lo que le ayuda a morir, como al nene Pilí.


Exámenes

Un examen, decía don Álvaro d'Ors con cierto manierismo disculpable en un universitario fuera de serie, es "el prosaico tapón que impide que se pierda el preciado licor de la docencia". 

Ayer, en uno de los míos, me pasmó descubrir en el fondo de la copa este poso alucinante: "Ciencias camerales (kameralen Wissenschaften): ciencia inventada por David Cameron". Sin el tapón dorsiano, a eso voy, esta y otras lapidarias definiciones se perderían, abortadas y nonatas para siempre. 

El Capitán y don Entiendo

Desde Santiago del Nuevo Extremo me pide JDN noticias sobre Los titanes venideros, la maravillosa entrevista de Antonio Gnoli y Franco Volpi a Ernst Jünger, de la que acaba de aparecer nueva edición española en una editorial de Barcelona.

La casa de JDN en Santiago, apenas a dos cuadras del palacio de la Moneda, es la morada provisional de casi todos mis amigos, conocidos y saludados que pasan por Chile. Dejo para otro momento mis impresiones sobre ese santuario-delegación-asilo de la tradición hispánica y de la legítima monarquía de las Españas en el que viví acogido dos o tres semanas no hace mucho. Allí conocí y me amisté con X, uno de los jóvenes asiduos a Vintila Horia en su última etapa, a finales de los años ochenta. Casualmente, X y otros tres buenos amigos, X1,X2 y X3, portaron la caja con el despojo mortal del goncurizado autor de Dios ha nacido en el exilio.

JDN escribe desde hace unos años la bibliografía schmittiana panhispánica. Meticuloso y concienzudo me pregunta por las referencias de Jünger, el Capitán, a Carl Schmitt, don Entiendo, recogidas por Gnoli y Volpi. No tiene el libro a la mano. Lo tendrá en Madrid o en Sangenjo, con otro papeles suyos.

La amistad y el interés por esa obra in fieri me obligan a reeleer mi edición de 2007. Abundan en la entrevista, sin menudear, las referencias a don Entiendo, uno de los alias que Jünger utililiza para referirse al Solitario del Sarre. Lo que de él dice aquí y allá vale como el oro, mucho más que los mantras cansinos y enervantes de los profesores.

El padrino de su hijo Alexander, "de quien hoy sería el cumpleaños" (p. 28), mantuvo con Jünger una "verdadera amistad" (p. 47) a prueba de decepciones, incluyendo aquí el resentimiento. Observa Jünger, sin poner hiel en sus palabras, que Schmitt aventa cierto rumor sobre el oportunismo de Sobre los acantilados de mármol, con el que su autor pretendería una segunda medalla "Pour le mérite" (p. 50). El comentario tiene, desde luego, una marca sarcástica muy propia del imputado. Se refiere Jünger también al "extrañamiento" que reflejan las miradas de Schmitt y la suya propia en la famosa foto parisina en el lago de Rambouillet de 1941. Hablaron entonces de Poe, Bloy, Tocqueville y Melville (p. 49). Sus paseos por Berlín antes de la guerra rezuman también escepticismo e indiferencia: "Recuerdo que justamente durante los años en que Hitler gozaba del mayor consenso, antes de la guerra, cierto día durante un paseo [CS] me dijo: '¿Escuchó ayer el discurso de Hitler? Nada más que tópicos'" (p. 60).

Aunque Alain de Benoist no lo recoge en su pelágica bibliografía, lo que acabo de apuntar me parece suficiente para justificar su incrustación en las siempre berroqueñas bibliografías secundarias. Günter Maschke tiene el mismo criterio cualitativo. En este refinado género literario de las bibliografía, trasunto del arte de las notas a pie de página del que conozco y trato habitualmente a tres maestros, debe contar más la cualidad que la cantidad.